El divan de David.

El perdón a los padres

Bajo el peso de los años,
se tejen nudos en los laños,
palabras duras, ecos rotos,
silencios que queman como sotos.

Padres, humanos, falibles al fin,
cargan su historia, su propio confín.
Errores trazados en la piel del tiempo,
heridas que duelen, mas no son el templo.

Perdonar es soltar la roca del pecho,
es ver en sus ojos un amor deshecho,
no por falta de querer, sino de saber,
que el camino se aprende al andar y caer.

En sus manos, intentos, torpes quizás,
en su voz, promesas que no siempre van más.
Pero en su lucha, un latir verdadero,
un amor que resiste, profundo, entero.

Perdón, puente que une lo roto al andar,
es comprender que no supieron más dar.
Es abrazar su alma, con grietas y luz,
y hallar en el pecho la paz de la cruz.

Que el rencor se disuelva en el río del tiempo,
que el amor florezca, libre de tormento.
Padres y hijos, en danza sin fin,
tejiendo el perdón, un nuevo confín.