
Noticias Express 30/04/25
30 de abril de 2025
El Poder de la mente crítica
30 de abril de 2025El divan de David cada Miercoles de 22:00 a 23:00 H
El peso del silencio
En un pueblo olvidado por los mapas, donde los sauces lloraban sobre un río de aguas lentas, vivía Clara, una mujer de manos ásperas y corazón cerrado. Hace años, su hermano Mateo la había traicionado. Habían heredado una pequeña tienda de sus padres, pero Mateo, en un arranque de codicia, falsificó documentos y se quedó con todo. Clara, humillada, juró no volver a hablarle. El pueblo, testigo mudo, se dividió en murmullos, pero nadie se atrevía a mediar entre ellos.
Cada mañana, Clara abría su nueva tienda, una casita humilde que levantó con sus ahorros. Frente a ella, al otro lado de la plaza, estaba la tienda de Mateo, reluciente y llena de clientes. Clara lo veía desde su ventana, pero nunca cruzaban miradas. El rencor era un peso que cargaba en el pecho, como una piedra que se hacía más pesada con cada día.
Una noche de invierno, el río se desbordó. El agua arrasó con todo: casas, puentes, y la tienda de Mateo. Clara, desde su ventana, vio cómo las luces de la plaza se apagaban y escuchó los gritos de la gente. Algo en su interior se removió, pero el orgullo la mantuvo inmóvil. «Se lo merece», pensó, mientras el viento ululaba.
Al amanecer, el pueblo era un caos. Clara salió a evaluar los daños y encontró a Mateo sentado en los escombros de su tienda, con la cabeza entre las manos. No había clientes, no había relumbre; solo un hombre roto. Por un instante, sus ojos se encontraron. Clara sintió la piedra en su pecho temblar, como si quisiera romperse.
Podía haber pasado de largo. Nadie la culparía. Pero algo en la mirada de Mateo —quizá el eco de los días en que reían juntos de niños— la detuvo. Con pasos lentos, se acercó. No dijo nada. Solo extendió la mano y lo ayudó a levantarse. Mateo, con los ojos vidriosos, balbuceó un «lo siento» que el viento casi se llevó.
Clara no respondió. No era el momento de palabras. Lo llevó a su tienda, le dio un café caliente y, en silencio, comenzaron a limpiar los destrozos juntos. No hablaron del pasado, ni de la traición, ni del perdón. Pero cada clavo que quitaban, cada tabla que movían, aligeraba el peso que Clara llevaba dentro.
El pueblo, al verlos trabajar codo a codo, empezó a sanar también. Los murmullos se convirtieron en susurros de esperanza. Clara y Mateo no volvieron a ser los mismos, pero el silencio entre ellos ya no era de rencor, sino de un entendimiento frágil, como el primer brote después de un incendio.
A veces, el perdón no es una palabra grandiosa ni un abrazo cinematográfico. A veces, es solo una mano tendida, un café compartido, y la voluntad de dejar que el tiempo haga el resto.
Para pensar:
¿Cuánto pesa el rencor que guardas? ¿Qué pasaría si, solo por un momento, extendieras la mano?