El Divan de David.

En el silencio de mi pecho,
donde el eco de errores retumba,
me miro al espejo, frágil, humano,
y veo un alma que aún se alumbra.

He tropezado en mis propios pasos,
cargado culpas como piedras al hombro,
pero hoy me abrazo, me suelto, me salvo,
y dejo que el viento se lleve el escombro.

Perdonarme no es borrar el pasado,
es tejer con sus hilos un nuevo comienzo,
aceptar que soy torpe, que he errado,
pero también que merezco el remanso.

Soy mi juez, mi verdugo, mi amigo,
y en mi pecho, la paz se hace nido.
Me perdono por ser, por caer, por vivir,
porque en cada caída aprendí a subir.